1.10.08
restyling + nueva deriva
24.2.07
Planta Un Árbol en la Isla del Canguro
...el tema es que si te resulta gratuito, futil o improductivo semejante despliegue de gracia gráfica (digamos que eres un tanto gilipollas); el asunto también tranquilizará a las eco-conciencias que tanto tirón tienen hoy en día: el espónsor del tinglado (nec corporation) realiza repoblaciones forestales al ritmo que va también creciendo su bosque virtual... así que todos contentos. Qué guapos los arbolitos, oye.
28.1.07
Alegrías y Tristezas [Retales y extractos de varias obras de E. M. C.] —Existe, es evidente, una melancolía sobre la que a veces actúan los fármacos; existe otra, subyacente a nuestras explosiones de alegría, que nos acompaña constantemente, sin dejarnos solos ni un instante. De esa maléfica presencia nada nos permite librarnos: ella es nuestro «yo» frente a sí mismo para siempre. —Debo combatirme a mí mismo, sublevarme contra mi destino, eliminar todos los obstáculos que impiden mi transfiguración. Sólo debe subsistir mi deseo extremo de tinieblas y de luz. Que todos mis pasos sean un triunfo o un hundimiento, una elevación o un fracaso. Que la vida crezca y muera en mí con una alternancia fulminante. Que nada del cálculo mezquino ni de la visión racional de las existencias ordinarias venga a comprometer las voluptuosidades y los suplicios de mi caos, las trágicas delicias de mis alegrías y desesperaciones últimas. —Para el animal, la vida lo es todo; para el hombre la vida es un signo de interrogación. Signo de interrogación definitivo, pues el ser humano no ha recibido nunca ni recibirá jamás respuesta a sus preguntas. No sólo la vida no tiene ningún sentido, sino que no puede tenerlo. —Si se prolonga, la alegría desbordante se halla más cerca de la locura que una tristeza pertinaz, la cual se justifica por la reflexión e incluso por la simple observación, mientras que los excesos de la primera son signo de algún desequilibrio. Si estar alegre por el puro hecho de vivir resulta inquietante, es por el contrario normal estar triste incluso antes de haber aprendido a balbucear. —Soy feliz e infeliz a la vez, padezco simultáneamente exaltaciones y depresiones, soy invadido por la desesperación y la voluptuosidad en el seno de la armonía más desconcertante. Estoy tan alegre y tan triste a la vez que en mis lágrimas aparecen al mismo tiempo reflejos del cielo y del infierno. Por la alegría de mi tristeza, me gustaría que esta Tierra no volviera a conocer la muerte. —¡Aparenta alegría ante todos y que nadie vea que también los copos son losas sepulcrales! Ten brío en la agonía. —Tras quince años de soledad absoluta, San Serafín de Sarow recibía a quienes le visitaban exclamando: «¡Oh, qué alegría!». ¿Quién, que no haya dejado nunca de codearse con sus semejantes, sería lo suficientemente extravagante para saludarles así?. —Una tristeza que no sepa reír, una tristeza sin máscara es una perdición que deja tras de sí la peste y, sin duda, si no fuera por la risa, la risa de los que están tristes, la sociedad habría penalizado hace mucho la tristeza. Incluso las muecas de la agonía no son sino intentos fallidos de reír, que revelan, sin embargo, su naturaleza equívova. Así se explica por qué esos accesos nos dejan un vacío más amargo que una borrachera o una noche de amor. El umbral del suicidio es un estremecimiento que sigue a una risa impetuosa, sin medida y despiadada. Nada degrada la vitalidad más que la alegría, cuando no se tiene ni la vocación ni el hábito. Frente al delicado cansancio de la tristeza, la alegría es un atletismo agotador. —Aprended a valorar las actitudes injustificadas, los gestos inexplicables, las acciones infundadas, el entusiasmo absurdo... No busquéis el principio de una cosa, la causa, el motivo. Que el abandono surja de un sacrificio espontáneo, más allá de la alegría y del dolor. —¿No es la sonrisa el testamento aromatizado del individuo?. Siempre que alguien me sonríe, descifro en su frente luminosa la desgarradora llamada: «¡Acércate, fíjate bien, que yo también soy mortal!». O cuando la negrura de mi noche vela mis ojos, la voz de la sonrisa aletea junto a mis oídos ávidos de lo implacable: «¡Mírame, es por última vez!».